"CABOÁ Y TUPÍ"
Hubo una época en el mundo, en que los seres humanos vivían en paz y armonía. Los conflictos se solucionaban pacíficamente, se disfrutaba del invierno así como del verano. El otoño era una época de recambio y la primavera, de renacer.
Se olía el aire puro, los arroyos y los ríos eran transparentes, estaban llenos de peces que alimentaban a los indígenas que vivían en sus márgenes. En los montes había árboles grandes y hermosos, los pájaros cantaban los designios divinos. Los duendes y los seres elementales hablaban, jugaban, sonreían y compartían sus enseñanzas con los seres humanos.
Los habitantes de estas tierras cosechaban los frutos de los árboles, cazaban para comer, y usaban sus canoas para transitar los arroyos y grandes ríos como el Uruguay y el Paraná. Se curaban con las hierbas y con las flores. Disfrutaban al ver las estrellas, y reverenciaban a la luna, con ofrendas y ceremonias sagradas.
Este relato sucede en esa época de la humanidad.
Iba terminando el otoño, venía el invierno con sus lluvias y crecientes. Un día, dos niños, Caboá y Tupí, fueron río arriba buscando frutos de los árboles. Hacía calor, y se avecinaba una tormenta.
Ésta los sorprendió y los niños se refugiaron debajo de unos árboles para esperar que pasara. Las aguas del río pasaron de un caudal tranquilo a una corriente que arrollaba todo a su paso. El río se desbordó en plena noche.
Caboá y Tupí se subieron a un timbó para protegerse. Lloraban angustiados por la situación, veían cómo el agua arrastraba árboles y animales. Todo se transformaba en un inmenso mar. El árbol en el cual se cobijaban cedió a la correntada.
Sus ramas sobresalían del agua varios metros, y su tronco inmenso servía para que los niños permanecieran sentados. Sobre esa improvisada nave los dos niños emprendieron un largo viaje durante el cual la naturaleza los sometería a duras pruebas.
Entre las hojas del inmenso árbol vieron nidos de pájaros, y escondido, mirando fijamente, un yaguareté. La angustia de los niños se acercaba al límite.
El duende del Cedrón llamado Oloxali también viajaba en ese árbol. Era una experiencia que los niños debían pasar para aprender y crecer.
Le dijo Oloxali al yaguareté:
-Has de ayudar a estos niños para que aprendan tu valor.
-Y tú, les darás de comer, y les enseñarás a vivir esta experiencia con serenidad y tranquilidad -le contestó el yaguareté.
Luego se acercó a los niños que lo miraban asustados, se refregó sobre ellos suavemente para que se dieran cuenta que los iba a cuidar y ayudar. El duende del Cedrón los miraba desde una rama y le ordenaba al animal cómo socorrerlos.
El animal lamía con ternura los pies e los niños. Al ver esto, se fueron tranquilizando. Poco a poco fueron entendiendo el lenguaje del animal, por lo que el miedo se les pasó, y durmieron abrazados el resto de la noche.
Paró la lluvia, y a la otra mañana, el enorme árbol de timbó fue siguiendo el cauce del río. Al descender las aguas, Caboá, Tupí, el yaguareté y Oloxalí buscaron un refugio. Se metieron dentro de una cueva. Juntaron alimentos durante ese invierno.
Las criaturas aprendieron muchas cosas del yaguareté y el duende del Cedrón: el valor, la astucia, la serenidad y la paz para enfrentar las situaciones de vida. El animal les enseñó a cazar y a procurarse el alimento, el duende les enseñó a comunicarse con las plantas y las flores para curar sus enfermedades.
Llegó el día en que terminó el invierno, el yaguareté debía seguir su camino solitario, Oloxali les había enseñado el secreto de las plantas, por lo que ya estaban prontos para enfrentar la vida y sobrellevar las situaciones difíciles con valor y serenidad.
Era así como debían volver a sus tierras, con su gente. Habían hecho un pacto con el yaguareté y el duende para aplicar sus enseñanzas. El duende los abrazó, el animal les lamió los pies, marchándose despacio entre los árboles del monte. Los niños se quedaron mirándolos, tristes y a la vez contentos.
Luego regresaron, pero ya no eran niños, habían crecido. Caminaron mucho hasta encontrar a los suyos, que los esperaban ansiosos. Habían vivido una experiencia que serviría de ejemplo a quienes los rodeaban.
Cedrón
Los individuos que necesitan Cedrón sienten angustia porque las situaciones vitales los preocupa, los deja pensativos, cavilan buscando soluciones, sufren por las cosas que pasan. Sienten pena, quedan anclados en las situaciones angustiosas.
Manifiestan dolores en el pecho, por el bloqueo del campo emocional. Pueden hablar de los demás pero les cuesta hablar de sí mismos. Esta planta es útil para personas con bloqueos en el campo emocional, con angustias no manifestadas. La acción defensiva se presenta como angustia interior frente a situaciones concretas de la vida.
La flor permite expresar los sentimientos. La energía del Cedrón conduce a afirmar los aspectos creativos propios de las personas alegres y despreocupadas. Conectadas con el presente, con el aquí y el ahora. Esas personas pacíficas, tranquilas, que enfrentan los problemas con equilibrio.
El Cedrón contribuye a ver las cosas positivas y negativas con equilibrio, sin por ello verse desbordado. La acción creativa involucra el ser sensibles, con un sentido práctico de la vida. Y se manifiesta en una sensación de alegría interior, en la posibilidad de comunicar los sentimientos, sentir paz y sosiego, calmando la angustia y las ganas de llorar.
Frases características:
de Medicina Bioenergetica de Hierbas y Flores del Uruguay (MBU)
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